latidos con lápidas tumbadas

Aquí da el clima para todo, y hay un surplus de pensamientos ya. Se escucha el chillido de las gaviotas, hay comida. Los ríos corren libres, es primavera y hay fragmentos de hielo flotando con rumbo al Mar Báltico, a ver si alcanzan a llegar íntegros, de Stockholm with love. Los miro alejarse desde el camino que cruza el Metro, los rieles en este puente arriba de los demás, abajo el tráfico de vehículos. La luz del día, la ciudad y sus majestuosos edificios de hace dos siglos secuestran mi alma. El silencio, como la brisa que pintó la luz matutina, grisáceo extralight, donde el sol es albo y los cúmulos merodean las calles empedradas donde se mira que unos turistas ya deambulan apuntando con sus dedos los ornamentos barrocos de los edificios, llena los espacios de miradas vagas, miradas en otros sitios, miradas que no buscan otras miradas. No hay palabras, sólo la música turca que invade los tímpanos desimprovistos de lo espontaneo al subirse un hombre con un acordeón para pedir unas cuantas coronas. Miro hacia afuera, la ventana es lo único reconfortante ante esta espera, de punto A a punto B.

Es entonces que me acuerdo de las piernas de Elena. Mi amiga más íntima, con ella no había nada secreto. Todo nos lo sabíamos. Es ella la que mi mente busca en el reflejo de la ventana cuando lanzo mi mirada hacia el vacío que la vista de la ventana del vagón me da cuando miro los edificios de Estocolmo.

Nunca la amé, nunca le busque hacer el amor ni tampoco me interesó saber más sobre el lunar que tenía cerca del pezón en su seno izquierdo, su favorito, el cual, de por cierto, tenía una historia larga, larga, que Elinitis, como le decía de cariño, me contaba cada vez que la mirada cambiarse de ropa en la botica en la que trabajaba. Sorpresivamente nunca me acusó de joto, ni mucho menos me reclamó que nunca le dijera que tenía un cuerpo para hacerse varias masturbaciones en noches de soledad, sabía muy bien qué tipo de mujeres me gustaban y además sus amigas le venían con el chisme luego luego cada vez que sabían que me había acostado con zutana o mangana, así nos gustaba, teníamos a todos en vilo y así ella sabía de mi y yo de ella, siempre de lo que hacíamos nos lo hacían llegar nuestras mejores amistades. Creían que andábamos juntos y así los dejamos creer, nunca desmentimos ni afirmamos nada. Nunca nos contábamos tampoco lo que hacíamos con nuestras parejas, creo que concordábamos mucho en que el sexo era uno de los actos más overrated como cuando me dijo aquella vez que perdió su virginidad y cuando concordé con ella cuando yo perdí la mía. Mas siempre me dejaba pensando cada vez que me me mencionaba “y me quedé con él un rato” tras decirme que había pasado la noche con tal y tal. Siempre me he sentido raro quedarme con alguien después de mis actos sexuales y me voy tan pronto acabo, nunca pude entender como es que ella sí lo podía hacer.

Creo que nuestra relación se debió mucho a que entre nosotros nuestros cuerpos descansaban de ese ajetreo de atracción sexual que hay entre mujer y hombre, de la carrera carnal de buscarse los buenos atributos entre sí, buenas nalgas, buenas pompis, buenos senos, etcétera etcétera. Podíamos ser quienes eramos sin miedo al tabú, ni las religiones ni nada, eramos, simple y sencillamente dos humanos que podían ser como tales, humanos. Y pensar que todo empezó por las piernas.

Estábamos los dos tomando el sol en playas de Tijuana, cerca de Punta Bandera, por San Antonio de los Buenos queriendo tostar mis piernas hasta que quedaran como las de ellas. Antes le había mirado corriendo por las arenas mojadas unos minutos y note sus piernas morenas, prietas, con unos vellos negros, lindos, me miro mirándola y puntualizó las mías, que güeras me dijo, deberías de acostarte a mi lado, así se pondrán como las mias me dijo. Le hice caso sin más ni menos y así, crecimos juntos descubriéndonos poco a poco hasta que llegó nuestra adolescencia, nuestra adultez joven. Realmente nuestro amistad nunca sacó a flote a discusión el del por qué tanta la confianza. No fue hasta que mi interes por la literatura japonesa, la cual llegó a mí como un correo retrasado que se anuncia hasta en los periódicos por la novedad de su retraso y llegada que me puse a pensar en mi sexual drive. Yukio Mishima discute mucho este tipo de sentimiento carnal. El deseo sexual, como la molestia que viene siendo. El peor acto de satisfacción que tanto pide para que dure tan poco. Una vez se lo confesé. El sexo me da flojera, le dije una tarde en pleno mes de Semana Santa y hasta elegí el día, Viernes Santo cuando se dice que Cristo sufrió las tentaciones del diablo, mientras consumíamos carne blanca. “Es que no te has enamorado” contestó Elenitis, que es lo que me daba cada vez que abría una nueva línea de conversación en nuestro repertorio de free parlance. Pero te equivocas, agregó, porque Mishima habla más de como la sociedad japonesa tanto como la inglesa en ciertos respectos, a principios de siglo obligaba a todos los hombres casarse y tener hijos aún siendo estos últimos homosexuales, habla de sangre fría, de sacar venganza de viejas rencillas y rencores. El que sí demostró el tipo de amor al que te refieres es Kazuo Ishiguro en su novela Remains of the Day. Nuestras conversaciones duraban hasta meses sin interrupción alguna y bien podían pasar semanas sin vernos y todo parecía como si la conversación la hubiésemos dejado para pensar mejor las palabras que iban con el tema, así caminábamos también, nos íbamos caminando por todo el Boulevard Agua Caliente hasta llegar a la Lázaro Cárdenas a veces sin decirnos ni una palabra por todo el camino, eso sí, volteábamos al son de un reloj juntos cada vez que veíamos la plaza de toros.

El Metro llegó a su destino y la voz del audífono me saco de mis pensamientos, hace 15 años que no sé de Elena, y mi corazón late rápido al pensar cuanto tiempo ha pasado desde que deje Tijuana para irme al extranjero.

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