Hora de afeitarse

Rastrillo, es vocablo que procede del latín “Rastellum” diminutivo de “Rastrum” con el que se denota a un instrumento agrícola compuesto de un mango largo y delgado, cruzado en un extremo por un travesaño armado de puas. La palabra se incorporó al castellano en 1495.

Me he dado cuenta que para hacer cambios en mi vida necesito mucho tiempo para llevar acabo lo que pienso es necesario hacer e implementar el propósito. El tiempo transcurre lentamente como el delicioso acto de entretener el cambio que se estima necesario hacer. Es mucho temple que se produce en mi al conducir el cambio que está en puerta. El problema yace en que los días transcurren y eso acarrea cierta frustración en mi y me molesta mi paciencia. Hoy es un día de esos. He entretenido mucho un planteamiento que nació a raíz de las afeitadas habituales que me doy: hay que pasar del rastrillo que uso para rasurarme a un aparato electrónico. Al ver la sangre escurrirse por mi quijada, las gotitas de sangre no cesaban de dotar mi rostro, veía en el espejo mi cara con pleno enfoque a las heridas que el rastrillo dejo al son de mi torpe mano, de mi torpe indecisión. Y entre un comentario que asalto el consciente mientras procuraba mi faceta desde el fondo del repertorio de mi subconsciente al verme reflejado (no estás tan tirado a la calle) y el proyecto sin ver luz aún de cambiar de táctica al afeitarme, quedé en el enfado, y sé que la hora se materializa, pronto usaré una maquina para afeitarme. Seré otro; otra experiencia aguarda.

No estás tan tirado a la calle. Eso me dijo cuando le pregunté si era guapo. Para mí fue una simple pregunta pero las mujeres siendo más astutas que uno y a sabiendas del poder de la palabra hecha voz se remitió a dejarme esa frase para el resto de mi vida, no estás tan tirado a la calle. Entre las fantasías que me salen del coco pienso en las hojas de afeitar del barbero. En mi ciudad natal de Tijuana aún existen ciertos rincones de la ciudad en donde uno puede pedir al barbero una afeitada al viejo estilo. Las navajas de barbero oscilan hoy en la imaginación del humano entre ser degollado y la del barbero limpiando su instrumento de trabajo en la banda de piel. Y no falta la toalla caliente para suavizar la piel que también ha pasado a la imaginación de la barbarie humana. Una de las mas recientes imágenes a este tipo de atrocidad es la que  se da en El Laberinto del Fauno. Ahí el militar sadico Capitán Vidal se rasura remomerando el acto de rasurarse y la sangre escurre como una maldición. A mi edad uno carga cierto tipo de memorias y las mías guardan actos de afeitar por igual. Esas memorias me hacen romantizar una navaja de barbero. Me gustaría aprender a rasurarme con una verdadera navaja de Jean Jacques Perret, sentir la espuma caliente en mis mejillas y entrar en la meditación que implica pasar un buen rato enfrente del espejo mientras cantidades enormes de pensamientos cruzan al filo de la navaja con toda la paz del mundo. Nunca lo he hecho, para ser franco. A lo mucho que remonta mi uso de rastrillos son rastrillos de plástico, desechables y lo que ahora uso, un rastrillo Guillette que usa hojas desechables. Son mi martirio y la madre de la noción actual de pasar a un aparato electrónico.

Qué cosas. Los egipcios al morir los enterraban con sus rastrillos y cuando Hernán Cortés se dio un paseo por los mercados aztecas notó que los barberos usaban rastrillos de obsidiana. A Cortés casi siempre no lo presentan barbudo así que de seguro le corrieron algunos pensamientos sobre este comportamiento universal en uno. ¿Le daría la tentación de probar algo nuevo? Me imagino a los aztecas rasurándose enfrente de un espejo de obsidiana como George Grant MacCurdy lo hace en su observación de The Obsidian Razor of the Aztecs1. Y me pregunto si ellos también lograron hacer un cambio de sus hojas de obsidiana a la navaja de barbero europea y su espejo metálico, gris como el fierro que los depilaba.

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1The Obsidian Razor of the Aztecs Author(s): George Grant MacCurdy Source: American Anthropologist, New Series, Vol. 2, No. 3, (Jul. – Sep., 1900), pp. 417-421 Published by: Blackwell Publishing on behalf of the American Anthropological Association Stable URL: http://www.jstor.org/stable/658961 Accessed: 09/08/2008 02:28

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