el silbar del pensamiento

Caía la noche. Las estrellas mandaban un destello u otro entre el lobreguecer. Miraba el cielo, sí, ella hablaba, yo caminaba y pensaba, en otras cosas. Estaba distraído, ya no le ponía atención a sus palabras como cuando aquel día en la Avenida Ruíz. Entonces creía haber escuchado el placer, y sin duda así fue. Antes me preocupaba por cada voz que salía de ella.

Ahora me cansa escucharla. Por eso odio este incomprensible cuerpo mio. Odio no poder controlar las emociones que de él emanan. Odio el desorden en que me vuelve. Odio el sexo, odio el hambre, siempre he considerado todo tipo de emoción un estorbo y por estos días, la distracción que las mujeres causan en mi, las odio aún más por ello, me quitan demasiado tiempo. Bien podría estar haciendo otras cosas. Odio que ellas me manden a mi. Sé que las emociones son un caos y que debe ser así, más sin embargo a mi me crearon a ser hombre, a ignorar a mis emociones. A las mujeres les enseñan a entregarse a ellas y de esa manera las dominan, saben cuándo entregarse, para que un hombre se entregue a sus emociones habrá que enseñarle las reglas del nuevo amo, y como a uno le enseñan que uno es amo y dueño de uno, eso está bastante lejos del aquí, para que un hombre empezará a cuestionar sus emociones sería necesario una revolución de géneros en el planeta.

El viento sopla y ella prosigue, algo sobre de un incidente en donde alguien hizo un escándalo y lo malo de la acción, la acción moral de todas sus historias, sus recuentos cotidianos es tomar partida. Yo trato de resolverle sus problemas, lo que para ella es un simple un recuento para mi es un problema a resolver, en fin.

Digo que va a llover, se siente húmedo el aire y las estrellas y sus destellos desaparecen entre las nubes que de paso van a rincones desconocidos, más allá del horizonte no puedo ver. Hay plenilunio. La luna parte las nubes y es sólo así cuando se devisan las pocas estrellas que alcanzo a ver esta noche.

– ¿verdad que sí m’ijo?.

Le contesto como siempre le contesto, con una sonrisa, sí, pero creo que la acción no merecía todo el chisme que deseguro causaron tus amigas en la oficina ¿verdad? Es causa de más plática. Ella cree que me intereso en su plática, su recuento, se equivoca, al fin que ella no puede ver mis emociones reprimidas.

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