escritura-lectura: dos espacios, uno más personal que el otro

Me di cuenta de ello el otro día, cuando mi mundo sólo eran unas letras en la pantalla, el tecleador con sus letras cuyo orden y su origen desconozco y la imaginación conjurando una imagen en mi cerebro. Descubrí cuando el silencio, el afán de encontrar la palabra correcta, cuando quería encajar la palabra, su sentido, su significado en una insistencia increible por adornar unas hileras de palabras que no es el trabajo, no es el producto final sino el hecho de estar haciendolo lo que me hace perderme, alejarme de la realidad. Sólo existe la imagen, la historia, el relato, el deseo intenso de escribir al mismo tiempo que la imagen va desarrollándose en la cabeza.

Se vuelve un espacio que curiosamente produce una sensación de bienestar.

Descubrí éste espacio cuando me interrumpieron, cuando me sacaron de ahí, como adicto reaccioné molesto, como a quién le quitan su droga. Sin duda alguna es pariente de la lectura a diferencia que cuando uno lee, el ‘irse’, alejarse de este mundo no produce la misma sensación de molestia si uno es interrumpido. De hecho, el dato curioso yace en que mientrás la lectura ofrece ese ‘santuario’ como algunos religiosos insinuan al espacio, la escritura ofrece un ‘santuario’ propio. Uno es a la misma vez el constructor, el albañil de esa capilla, de ese ‘refugio’ privado, donde la mente va y se mete para que otros entren y vean la labor expuesta.

Quizá sea esto el motivo que causa la molestia al serse interrumpido cuando uno labora en esos menesteres, digo, si es que se va a trabajar con la imaginación.

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