some II

  1. Allá, el Ras Roger tiene algo que decirles, no esperen más, córranle y leanlo now! ¿Sigues leyendo esto? WTF? Ya que eso, señores y señoritas mias, se le llama ir Disentir con mayúscula. Bien cabría ponerle de título a su ensayo Lejos del Noise pero de seguro el Rafa de agüitaría. Sólo quiero agregar, estando ya en temas de vestimentas identitorias allá en Tj, que el mayor fuchi que la población mestiza le ha hecho a los mixtecas de la city es su apego a sus raíces, a su insistencia de ser quienes son de harina y huevo y ahora de repente están de moda.

    Más sobre ello aquí 1

    Reinventar Tijuana
    Rogelio E. Ruiz Ríos
    En Tijuana es palpable la necesidad de inventar tradiciones, al menos entre ciertos sectores hegemónicos proclives a autodefinirse como opinión pública, sociedad civil, comunidad. Desde esas instancias intentan configurar un utillaje simbólico propio que les permita definir la ciudad en sentido inverso a las representaciones peyorativas que le han sido endilgadas.
    A menudo, la representación sobre Tijuana proyectada al exterior ha sido un espacio latente para que florezca el imaginario de lo ilícito. Blanco de leyendas que la describen como imán concupiscente en el mejor de los casos, capaz de ejercer un magnetismo que consuele todo tipo de deseos placenteros o bien de modo menos indulgente, es concebida como escenario habitual de la nota roja. Contra estas concepciones poco lisonjeras se levantan grupos de tendencias asépticas, dispuestos a borrar el estigma de disipación ceñido sobre la ciudad. De ahí que muestren una piel tan sensible en el momento que un escritor, valiéndose de aforismos, intenta hacerse el gracioso a costa de estereotipos que penden sobre la ciudad.
    Día con día los medios de comunicación locales dan cuenta de declaraciones y proyectos dirigidos a cambiar la imagen de Tijuana, suscritos por agrupaciones cuyo nombre no deja duda sobre sus intenciones: Unidos por Tijuana, Tijuana opina, Tijuana en marcha, o Tijuana Renacimiento. La mayor parte de estas campañas se reducen a efectos publicitarios sustentados en discursos maniqueos y ambiguos, aderezados con dosis de chovinismo. Por lo común, al frente de estas asociaciones figuran personas ligadas a los medios empresariales o partidistas y sumen una postura conservadora en lo político y social, pero en lo económico presumen de liberales.

    En pos de la ‘comunidad’
    El relato histórico es habilitado en los sectores hegemónicos para fortalecer la cohesión social, generar lealtades y dar legitimidad social y moral a quienes se erigen en portavoces de la “comunidad”. La criba de hechos pretéritos brinda la posibilidad de confeccionar una historia acorde con los atributos identitarios que se persigue definir y extender, según lo demande el sistema de valores prevaleciente. No obstante, en Tijuana al igual que en cualquier parte del mundo, la versión oficial de su historia es interpelada cotidianamente por quienes han quedado excluidos de ella.
    Plantearse la adscripción a una “comunidad” y erigirse en sus portavoces supone primero, la idea de un sentido de pertenencia a un grupo diferenciado socialmente de otros actores sociales con los que se interactúa, luego, es afirmar el rol hegemónico de quienes hablan a nombre de ella. Las propuestas de “comunidad” adquieren de esa forma un trasfondo homogenizador con el que se busca construir un perfil de ciudadano que reconozca como propios los símbolos resultantes del inventario histórico. Ante el universo social se despliega un catálogo de hechos y personajes del pasado proyectados hacia el presente y futuro mediante prácticas discursivas que buscan conceder carta de naturalización a esa imagen de comunidad ideal que se pretende instaurar.
    Qué otra intención muestra la recurrencia discursiva de políticos, empresarios y líderes de opinión acerca de lo perentorio que resulta “fortalecer” la identidad de los tijuanenses, así como promover su arraigo y amor por esta tierra, aunado a la creencia de que son la avanzada nacionalista convocada a poner freno a la ambición extranjera y servir como plataforma cosmopolita en el País. Para consolidar tales propósitos acuden al auxilio de la historia, la cual es pensada como la soldadura que articula diferencias sociales y culturales, noción que delata el rosario introductorio del libro conmemorativo del centenario de la fundación de Tijuana:
    “En la claridad y orden cronológico del discurso histórico, encuentra su lugar cada una de las múltiples aportaciones de ese mosaico cultural que representa la frontera Norte de México y que antiguos y nuevos habitantes van haciendo en el devenir histórico y en la conformación de su espacio, para que la identidad de una comunidad se fortalezca como conciencia histórica.”
    Alfredo Félix Buenrostro Ceballos.
    Ex rector de la Universidad Autónoma de Baja California.
    “El ser trinchera y atalaya de nuestra cultura en el extremo Noroeste de México y en la cuenca del océano Pacífico… hace que nuestra responsabilidad de ser frontera crezca y nos exija plena conciencia de nuestra identidad, arraigada en las particularidades de nuestro espacio y nuestra historia, pero proyectada a lo universal.”
    Federico Valdés Martínez.
    Presidente municipal del 12 Ayuntamiento de Tijuana.
    “La circunstancia del explosivo crecimiento demográfico de Tijuana hace necesario promover la investigación y la divulgación de la historia local, que arraiga a los recién llegados y fortalece la identidad de todos. Es aquí, en el extremo noroeste de nuestro país, donde los valores de nuestra cultura y de nuestra patria se conjugan y se universalizan.”
    David Piñera Ramírez y Jesús Ortiz Figueroa.
    Instituto de Investigaciones Históricas de la UABC.
    En la medida que consigan delinear esa ciudadanía y ésta asuma la casaca identitaria que se le ofrece, asumirá como “intereses comunes” los proyectos de los grupos hegemónicos en beneficio del control político y social expresado en esferas tan variadas como el ordenamiento urbano, el manejo de recursos y la capacidad negociadora con otros sectores sociales e institucionales que participan de esferas de poder más allá del ámbito local. La ilusión de comunidad extendida desde las élites hacia los subalternos descansará sobre la oferta de un pasado común que obliga a confrontar mutuos desafíos inscritos tanto en el presente como en el porvenir, cuyo éxito dependerá de las lealtades, cohesión social e inmutabilidad de la estructura de las relaciones sociales prevaleciente.

    Inventariar el pasado
    Inventar tradiciones supone primero inventariar el pasado para someterlo a un proceso selectivo que arroje pasajes apropiados con el discurso histórico recreado. Elevados dichos pasajes a la categoría de verdades históricas, irán acompañadas de su respectivo panteón de hombres ilustres (las mujeres están casi ausentes de dichos relatos), a quienes se dotara de una trayectoria personal alimentada con episodios “heroicos” y demostraciones de fervor “patrio” realizadas bajo situaciones extremas. Acto seguido, los autoproclamados herederos virtuales de esos “grandes hombres” procederán a establecer una serie de ceremonias y rituales cívicos en apariencia destinados a honrar a los “héroes”, pero que en el fondo cortejan la honra propia de quienes se instituyen continuadores naturales del legado de los “grandes hombres”.
    La configuración de blasones, biografías ejemplares y pulsaciones nacionalistas es instrumentada como capital político y moral para legitimar posiciones y posesiones personales dentro del conglomerado social, o en su defecto, conseguirlos o restituirlos. Puesto en juego, este capital redituará a su poseedor la oportunidad de acceder al reconocimiento público que lo libre del ostracismo social al que lo condenó la ingratitud colectiva, obra de la ignorancia de la “historia local” y el desarraigo que porta un alto índice de conciudadanos al ser originarios de otras entidades.
    La institucionalización de determinados pasajes de la historia local implica la adopción de criterios que se proponen afirmar ciertos caracteres identitarios tributarios de la idea de comunidad que se busca imponer. Se trata de la aceptación tácita de una factura elaborada en el centro del país, acogerse a los referentes de la historia patria producida con un talante centralista, el mismo del que históricamente han renegado los residentes de Baja California.
    Bajo esta dinámica, los capítulos llamados a ser los más representativos de la historia local, reproducen la formula discursiva que contiene la historia de bronce manufacturada en el Centro del País. Frente a la necesidad de contar con un origen formal de la ciudad que arranque el relato histórico, se instituye en acto fundacional un protocolo jurídico celebrado el 11 de julio de 1889, en el que los herederos del rancho Tijuana lograron un acuerdo para fraccionar parte de los terrenos.
    El presente texto es un extracto de un ensayo más amplio próximo a publicarse. El autor realiza en la actualidad su tesis doctoral en historia por El Colegio de Michoacán.

    y aquí 1

    La fundación de Tijuana
    Rogelio E. Ruiz Ríos
    Segunda y última parte
    El festejo de índole histórica que más entusiasmo ha suscitado en Tijuana es la fundación de la ciudad, señalada el 11 de julio de 1889. De forma gradual, la fundación de Tijuana ha ganado espacio en el calendario cívico, al grado que en la conmemoración del presente año los dos principales diarios de la localidad le dedicaron suplementos especiales, mientras varias estaciones de radio presentaron programas sobre el tema. La creciente aceptación y propagación de este festejo es reciente, pues tal como se informa en el suplemento especial del diario Frontera, los periódicos de décadas anteriores apenas hacían mención del onomástico.
    La designación de una fecha fundacional para Tijuana responde más a criterios institucionales que fácticos. Significa el otorgamiento de un acta de nacimiento para la ciudad que contribuya a forjarle un origen mesurable, aproximado a la verdad, lástima, sólo eso, pues como mencionó uno de sus cronistas oficiales la fundación es virtual: “…porque no existe documento formal alguno, que señale la hora, el día, mes y año de su fundación, signado por alguna autoridad”.
    La decisión para determinar oficialmente los inicios urbanos de Tijuana se basó en la “resolución judicial que aprobó el convenio que puso fin al juicio intestamentario de doña Pilar Ortega de Argüello, el cual se inscribió en el Registro Público de la Propiedad [con sede en Ensenada] y permitió las primeras compra-ventas de manzanas y predios en el nuevo poblado”. En realidad, lo que ese documento expresa es la supeditación del ordenamiento y existencia del poblado a la normatividad legal del Estado mexicano, puesto que antes del proyecto ya había una Tijuana previa, conformada en derredor de la aduana fronteriza establecida a partir de 1874. Lo cual incluso es reconocido por el ingeniero encargado de realizar el plano del fraccionamiento proyectado sobre una parte de las propiedades de la familia Argüello, puesto que señala hacer el trazo ‘destinado a la formación de un pueblo’ a “cinco kilómetros de la actual población”.
    Al margen de la importancia que pudiera tener para el futuro desarrollo urbano, de Tijuana, el aludido acuerdo legal del 11 de julio de 1889, es un convenio que fue hecho para que los herederos del rancho pudieran obtener seguridad en la tenencia de la tierra, así como beneficios económicos por su venta de cara a una eventual expropiación solicitada por los vecinos del poblado ya existente. Reconocer oficialmente como inicio del poblamiento de Tijuana un poblado surgido a partir de asentamientos sin sustento legal, es decir, producto de las necesidades materiales y mercantiles, sería admitir que ese tipo de doblamientos irregulares constituyen la historia misma de la ciudad.
    Qué significa entonces decretar institucionalmente la fundación de Tijuana un 11 de julio. Veamos. En 1889, cuando el ingeniero Ricardo Orozco deslindó parte de los terrenos del antiguo rancho de Tijuana, el llamado boom de bienes raíces que se ha manejado como justificante de la decisión de los Argüello para fraccionar, para esa fecha había llegado prácticamente a su fin en el Sur de California. La decisión de los herederos del rancho para fraccionar el predio mediante un protocolo jurídico obedeció a la presión ejercida por la población que se había ido formando desde 1874 con el establecimiento de la aduana.
    En 1887 un grupo de vecinos solicitó al subprefecto del Partido Norte elevar de rancho a pueblo la categoría política del poblado, además de ofrecer el pago de una tarifa justa por los terrenos que ocupaban para indemnizar a los herederos de doña Pilar Ortega de Argüello, dueños del rancho donde se afincó el poblado embrionario de Tijuana. La iniciativa de los vecinos contó con el apoyo del subprefecto, quien abogó por la causa ante el gobierno federal, aduciendo que en un tiempo no lejano Tijuana adquiriría mayor importancia hecho que se veía frenado por la inseguridad de los moradores respecto a la propiedad que ocupaban, por ello consideraba la expropiación como una solución. Puesta en antecedentes, la familia Argüello puso fin al largo litigio familiar que sostenían en los tribunales, lo que les permitió fraccionar la parte mejor ubicada del rancho, en un sitio a salvo de las crecidas del Río Tijuana próximo a la línea divisoria, y subastar los lotes en un momento en que el llamado auge de bienes raíces había concluido en el Sur de California.
    Resulta más atinado considerar el surgimiento de la ciudad a partir del establecimiento de la aduana en 1874, hecho que atrajo nuevos habitantes al rancho de Tijuana, y generó una dinámica económica, social y política sin precedentes que originó la imagen lúdica y exótica de Tijuana que en el Sur de California se percibiría como el Old Mexico.

    El Old Mexico
    Qué tipo de dinámicas se produjeron en el incipiente poblado formado durante el último tercio del siglo XIX en Tijuana, qué tipo de actividades desarrollaban sus habitantes, qué atractivos presentaba para el visitante estadounidense que acudía a visitar el poblado. Al contestar a esta serie de interrogantes se apuntala la hipótesis planteada líneas arriba sobre el surgimiento de Tijuana, de igual modo que socava los argumentos sobre los que reposa la versión oficial de su fundación.
    Ya mencionamos que el detonante para el proceso de poblamiento de Tijuana se originó con el establecimiento de la aduana fronteriza en 1874, sobre los terrenos del rancho del mismo nombre. La aduana se estableció por disposiciones del gobierno mexicano para fiscalizar el flujo de mercancías circulantes entre el Partido Norte de la Baja California y el Sur del estado de California. La actividad generada en derredor de la aduana atrajo un reducido número de personas quienes se abocaron a proveer a las personas en tránsito de un país a otro de algunos servicios de alimentación, cuidado de animales de tracción o de diversos artículos requeridos en el viaje. Además de estas actividades, los pobladores también realizaban tareas de labranza y cría de ganado para complementar su subsistencia.
    Las tendencias económicas observadas en este periodo corresponden a la articulación económica del Norte de Baja California con el Sur de California. En Tijuana, la colindancia con territorio estadounidense fue explotada como un medio de proporcionarles acceso a los placeres que en su país tenían prohibidos o guardaban escaso margen de tolerancia. Fue así que cruzar hacia el Sur de la frontera brindó la posibilidad a los estadounidenses de sustraerse efímeramente de los obstáculos morales y legales que los limitaban en su país. Tal cruce implicaba también la idea de acceder a lo extraño, a lo exótico, a donde la civilización entendida como progreso y modernización aún no se plasmaba. No es fortuito el hecho de que en múltiples ocasiones aparecieran señalamientos por parte de los artífices del movimiento moralista en el Sur de California, sobre la “degeneración” de los actos que tenían lugar en territorio mexicano.
    Si bien también acudían al Sur de la frontera excursionistas de tipo familiar sobre todo con destino al balneario de Agua Caliente, famoso en la década de 1880, había un tipo de visitantes que acaparaban mayor atención. Las secuelas dejadas por el arribo de éstos últimos alteraba a las autoridades del poblado según se desprende de informes como el siguiente, dirigido por el administrador aduanal al subprefecto del Partido Norte, quien a su vez dependía del gobernador del territorio de Baja California, con sede en La Paz:
    “…Muchos se abstienen de hacer el tráfico por esta frontera por temor de encontrarse con la chusma de ebrios escandalosos que constantemente pululan en esta población, insultando a todo el que se les presenta por delante. Anoche a las doce un puñado de hombres ebrios vitoreaba a los Estados Unidos y proferían mueras a México […] en vista de la indiferencia de las autoridades; qué se puede esperar, cuando con su silencio se les tolera para que cometan unas tropelías de las que se han estado cometiendo hasta hoy.”
    El contenido del discurso de quien era el máximo representante del poder federal en Tijuana, denota una mezcolanza de sentimientos nacionalistas que fustiga por igual al visitante extranjero y recrimina al habitante fronterizo su falta de mexicanidad. Se divisa también una disputa por los espacios de poder local al añadirse la crítica contra el juez de paz, personaje de quien el administrador aduanal bien pudo temer una competencia en el control del poder en la localidad.
    En una fotografía captada en 1887, se observa el papel preponderante de la aduana en el poblado, compuesto en su mayoría por construcciones de madera de un solo nivel espaciadas una de la otra. Al fondo se aprecia la única construcción de pretensiones arquitectónicas menos llanas, cuyas dimensiones, tamaño y color claro sobresalen del resto de los edificios. Incluso el asta bandera se levanta varios metros sobre el techo, reforzando el mayor estatus del edificio federal, coronado por una bandera mexicana ondeante que reafirma el orgullo patrio ante el sentimiento de amenaza producido por el poderoso vecino.
    Conforme se acercaba el fin de siglo, la vida en Tijuana se diversificaba. En 1888 inició operaciones un local construido en terrenos donde se situaba la línea imaginaria que dividía ambos países. El establecimiento era propiedad de un estadounidense, y aunque se denominaba “plaza de toros” tenía múltiples usos ya que también albergaba peleas de gallos, además de proyectarse espectáculos como una competencia atlética entre los mejores corredores californianos (anglosajones) y los corredores indios de la región.
    Potenciales excursionistas en busca de contactar la naturaleza, visitantes evadidos de las regulaciones morales imperantes en su país, empresas de carruajes dispuestas a transportarlos, pequeños capitales invertidos en negocios que atendían esas demandas, vecinos molestos por el tipo de visitantes recibidos y sus contrapartes molestos por las opciones recreativas brindadas a sus conciudadanos. Suma de experiencias que contribuyeron a formar la atmósfera lúdico-concupiscente que caracterizaría a Tijuana en los años sucesivos a partir de la proliferación de imágenes como la descrita enseguida. En primer plano un estadounidense entrado en años, de pie, despreocupado, junto un parroquiano mexicano. Ambos posan frente a la barra de una cantina al aire libre que exhibe anaqueles abastecidos de botellas. El mensaje es explícito: cruzar a Tijuana es trasponer la frontera del pudor para regocijarse en la liviandad. La misma imagen nos reafirma un discreto toque inveterado. Al lado del estadounidense y el mexicano se yergue un borrico, signo abierto del Old Mexico asequible a los excursionistas sandieguinos tan sólo unas millas al Sur.

    El presente texto es un extracto de un ensayo más amplio próximo a publicarse. El autor realiza en la actualidad su tesis doctoral en historia por El Colegio de Michoacán.

  2. De los 8 años años que llevo In Partibus Infidelium los primeros tres fueron interesantes. Mi encuentro con el mundo hispano acá fue un parteaguas en cuanto a mi identidad mexicana. Me dí cuenta de la influencia de Televisa en el resto de Latinoamérica. Vi como es que el imperialismo cultural mexicano se apoderó del imaginario Sudamericano, en especial el de los de mi generación. Los chilenos me recordaban con entusiasmo a la Chilindrina, al Chavo del Ocho al Kiko. Ahora Telesur arranca y no me deja de entrar el pensamiento aquel Bolivario. ¿Será como aquel que los Xicanos tenemos de Aztlán? ¿Será nuestro Manifest Destiny? Es interesante la cuestión no porque se lleve acabo la empresa por fe a un destino, no porque se suguiere una obra trabajando al nivel del subsconsciente sino por el impulso que nos lleva a algo. Ahora.¿Estaremos en pos de romper la narrativa impuesta desde el extranjero de que latinoamerica no es más que una cuna de dictadores?
  3. Y hablando de cultura acá en Suecia ocurrió algo en aquel proceso político del cual hablé/ttraducí. Se anunció la creación del Partido de la Cultura. Se especuló mucho al respecto. Que si era broma que si era un bloffe etcéra. Yo no sé nada más allá de lo que estoy diciendo, sólo mencionó que ocurrió, como dato curioso.

  4. … [Tus ideas aquí]
  5. Leyendo el Universal me entusiasmó la idea de ver los comerciales políticos de varios de los precandidatos del PRI. Ah, dije en mi entusiasmo naivo, de seguro así tendrán por otros periódicos otros precandidatos de otros partidos. Pero no. Mi entusiasmo pronto se vio enmarañado como cuando paso horas en busca de algo que simplemente aún no se encuentra por la red. Aunque infructera, la busqueda si arrojó resultados de otra índole.

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