de sobrecamas tijuanenses

Sentado en la orilla de la cama recordé cómo es que a las damas de mi vida, aquellas ñoras que crecieron por los 30, 40, 50, y 60’s les gustaba el afán de sobrecamas. Era el escandalo, era el presumir, era tener bien planchadita y sin arrugas la sobrecama. Tenía que cubrir las almohadas y tenerlas bien extendidas y acomodadas para que mostrará una línea recta, que indicará orden, perfección, normalidad.

Y cuidado con que te sentaras en ella y la dejaras arrugada, o con pliegues que ofendieran la vista, ay de ti pues se armaba la bronca pues era jalón de orejas dejar huellas de una sentadita.

Las damas de mi vida nunca desperdiciaban la oportunidad de parar al vendedor de sobrecamas, usualmente indígenas de Oaxaca u otras étnias del México sureño. Las compraban hasta en abonos a señores vestidos de trajes grises con libretitas pequeñas donde anotaban sus ventas y los abonos que se hacían.

Me imagino que así pasaba porque las damas de mi vida eran puras mujeres abandonadas por sus hombres. Mujeres que nunca pudieron dejar a sus hijos a la suerte. El sacrificio de ellas fue su libertad.

Usualmente su vida social fue la de compartir momentos con otras mujeres abandonadas por sus hombres. Solían vivir en pequeñas habitaciones que miles de viviendas por todo el centro de Tijuana ofrecía a los pobres por una módica suma al mes. Cuartos de renta donde la cocina, la sala, el comedor y el pasillo existían en un sólo cuarto con una ventana. Las bromas sobre lo que cada esquina del cuarto representaba se gastaban con risas para mejorar la pobreza en que se encontraban, así que darse un gastito en una sobrecama era rentable. El lujo, el gusto de sentirse algo, del avance y del poder presumir a las amigas que no todo iba de mal en peor.

De por cierto sólo de vez en cuando tiendo mi cama, acá en Suecia no es común usar sobrecamas y las que me encuentro son de otra generación, donde tender la cama era parte del quehacer del día, cosa de viejitos chochos cuya rutina del día incluye tener la cama bien tendida. Hoy en día, ese afán va de pique abajo en este mundo moderno donde no hay tiempo ni para desayunar en paz con la familia.

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