Los demonios del santo desierto

Esto de hacerse viejo a los 46 no deja para otra que confrontaciones con los demonios del ayer. Mis demonios siempre atacan, cuchillo en mano, de manera sutil y ahora les da por hacerme gritar en pleno día, así parece complacerles más, verme gritar al mismo tiempo que extraen el cuchillo enterrado en mis recuerdos. Atacan en plena serenidad, despiertan a las memorias de su placido sueño con la punta del filo hasta hacerlos respirar a huevo mediante un grito puntiagudo, causando calambres, y que recrudece la existencia hasta retorcer el cuerpo entero.

Afilan sus cuchillos en los cuartos oscuros del subconsciente y dejan deslizar la hoja de la navaja por el tierno tejido del espíritu. Les gusta aguardar un momento de descuido, cuando uno menos piensa que están por venir. Cala profundamente milímetro por milímetro y saben extraer las manchas de las culpas. Derivan placer de ver la hoja del cuchillo llena del dulce tibio que sacan de mis evocaciones. Estos infiernos son parte del castigo por venir, por esos pecados que uno comete durante la vida. Aunque si la vida requiere de rectitud para no revivir los errores que se cometen durante el día o los acumulados durante el curso de la noche,  de qué nos sirven los actos esos sino para hacernos sentir un dolor de un ayer que persiste en durar una eternidad. No es cuestión de arrepentirse, un acto que solo sirve para ahuyentar a los demonios un rato, ni saber perdonar, otro acto que solo nos hace olvidar nuestros males. Para qué posponer lo que vendrá si se puede disfrutar de ello ya.

Dejo que hagan de las suyas, eso es lo más apropiado. Mis demonios están sueltos, sé la hora y el lugar en que tendrán cita para hacerme ver mis errores. Eso no me hace un mejor humano, ni cristiano, porque no creo demasiado en esa religión. Sé que vendrán, es todo, la manera en que lo harán se me es desconocido, pero el dolor es el mismo. Aunque la melodía del grito cambia de vez en cuando. Yo acepto el trabajo de mis demonios, y hasta bien haría nombrarlos pero la muchedumbre de los animales infernales no merecen mi cariño. Les odio, porque mis demonios aparte de navajearme con locura a horas inesperadas también se dan a la labor de hacerme sentir lo que no soy. Me ponen ropas de otra persona cuyo propósito es destruir la entereza de mi existencia. Ese demonio sabe lo que hace y no descansa ni sabe dormir, lo veo todos los días y sus compinches se esmeran en hacerme caer como un Aquileo. Carcomean la coraza de mi seguridad en quien soy. Nunca lo logran pero las batallas por hacer valer lo que soy son cruentas.

Hago consumir en carne viva lo que está por venir. Y a este le tengo aguardado los mismos cuchillos que el Cid tenía para el Rey. Cachicuernos. No todos merecen la pena de un cachicuerno, después del todo, estos cuchillos requieren trabajo y esmero. Son cuchillos medievales. Estos en particular de asta de carnero, son de mis favoritos para casos especiales, para gente con pecados que pesan, casos que requieren adelantos antes del infierno eterno. Saben extraer gemidos y gritos que penetran la carne del sujeto. Cuando me asignaron el caso no podía creerlo, tenía años sin sacar a los cachicuernos, can tal de decir que hasta los desempolvé de su caja. Ahora hasta los mangos calor agarran del uso diario que tienen. Reciben el molde del uso, por eso me gustan.

Cree conocerme, nunca había sostenido este tipo de relación con un caso como este, sé que me mira cuando acecho y no hace nada por impedir mi trabajo, hacerlo sufrir. Ni le importa, como que acepta su castigo sin pena ni gloria. Las hojas de los cachicuernos le valen madre pero sé su flaqueza, a este le hago sufrir en su autoestima. Lo hago sentir mal de sí mismo, para eso basta mi sombra, cree ganar la batalla, eso es parte de la tortura, darle en la madre un poco, poco a poco y rozarle el asta del carnero por su autoestima. Son pensamientos vagos, cuyo propósito es hacerle sentirse sin valor. Ni cuenta se da cuando le planto la idea y solo se martiriza con pensares que germinan como un virus, en silencio, en hacerle desistir de hacer lo que debería de hacer. Son deseos que te hacen creer mas cuyo propósito es hacer caer al portador en la creencia de la imposibilidad de hacer realidad el deseo, ellos mismos se dejan caer en la trampa y corree con suprema lentitud hasta desgastar y solo el moho evidencia la labor.

 

This entry was posted in Lecturas, Minifix. Bookmark the permalink.