Correr * A E.

Según tengo entendido la madre biológica de mi madre salió corriendo de Ensenada.

La descalabraron me dijo mi abuela Julia, la que adoptó a mi madre. Le tiraron un rocazo y por eso quedó loca.

La loca de la familia. Yo no sé quién es ni cómo se mira. Solo sé eso, descalabrada y por ello le daban aires de loca.

Salió corriendo de Ensenada porque su familia no quería que heredara nada.

Ahora de grande me imagino verla salir corriendo de su lugar en Ensenada, de alguna manera muchos años después, con tachas de mala fama, de ser una mujer de mala vida, una mujer correteada de Tijuana cuyo principal beneficio es tener fama de regalar sus hijos, de repente, recibir de voz de otros, que una mujer de una tienda de curiosidades, estaría interesada en recibir su próximo retoño.

Tengo una foto de mi madre de joven, y la veo en una casa de alguien, quizá de los abuelos postizos. De esas fotos que se les toma a los adolescentes antes de rebelarse totalmente de los padres. Y ahí está ella, una hija de una madre y un padre que nunca dejaron rastro de quienes fueron ellos. Ella llena de bríos, de confianza, de saber tener la vida por delante como segunda naturaleza.

Según tengo entendido mi madre tuvo la oportunidad de poder saludar a su madre biológica. De parte de la boca de mi abuela mi madre no tuvo interés en ello. Según esto ellas coincidieron en alguna calle de Tijuana, “mira, ahí está tu madre”. Pero mi madre no quiso ir a ver a la madre biológica.

Me gustaría pensar que mi madre supo apreciar en un acto el gran amor que mi abuela, Doña Julia, le dio. Y por otro, que quizá sí tuvo la oportunidad de hablar, de verla y convivir con ella. Quizá por eso dedicó todo una vida al alcohol, con la esperanza de dar con su madre en una de esas andadas.

Sé, según mi abuela, porqué mi abuela biológica corría: corría de su pasado. Pero nunca sabré de qué corría mi madre. Ni porqué sintió la necesidad de abandonar a sus hijos con la señora que a ella la cuidó también.

Malinterpretaría el pasado de los rumores y las pocas verdades que se asoman en hoy mi presente si juzgara a mi madre por un abandono que nunca comprenderé. Dejarnos solos con una abuela cuyo amor bastó para tanto, para sustituir el amor que dos mujeres optaron o quizá supieron, no dar por múltiples razones. Si es que acaso juzgara con ligereza, pero a estas alturas de mi edad ya no me puedo dar el lujo de ello. Tengo tendencias a perdonar todo, mal hábito sin duda y lo peor, romantizo.

Ambas corrieron. De qué no sabré con certitud nunca.

Lo que sé es que a sus familias las dejaron atrás, en el olvido, el abandono.

Y esa es la maldición de los Martínez, apellido que ni es nuestro sino de un abuelo adoptivo, que nace a partir de una descalabrada, de una infeliz rencilla de una familia que nada quería con esa abuela biológica mía.

Y desde entonces nuestras familias nos rehúsan, nos apartan o nos apartamos. Y así es el hoy, mi familia, no me comprende, me abandona, y la roca sigue ese curso como un meteorito que atraviesa tiempos y espacios sin acabar nunca.

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