Hotel Lucerna

“Para empezar,” contestó ya agitado, casi enojado y con esos looks que matan, “yo pertenezco a la clase media de los pobres en Tijuana, es más,” dijo con tono de autoridad y dignidad, “mi primera impresión de una clase social diferente la mire justo cuando entré a la primaria en aquella vieja Alba Roja que hoy sólo existe en la memoria por la idea ingeniosa y actitud prepotente de un arquitecto del cual ni sé ni quiero saber (sólo ahondaría mi enojo) el nombre del susodicho malinche erradicador. Al ladito de la Alba Roja, la moderna, la de hoy, se encuentra un jardín de niños exclusivo, hoy ya abandonado a la memoria y el desgaste, sólo guarda quizá un lujo de antes. Yo miraba atravéz de la malla como los niños eran “diferentes”, tendría yo algunos 6 años, con sus loncheras bonitas, que tanto ansiaba y quería, les mandaban a clase con lonche y se miraba que eran algo especial.”

“Desde entonces,” dijo algo ya menos alterado, “sabía mi estado social. La infancia por fortuna no sabe agitar la mente sólo sabe agitar su imaginación, el único deseo, era pertenecer a cierto grupo, al de ellos, pero no, yo iba ya a la primaria y ellos si apenas en kindergarden, cosa que me sorprendió no haya cursado yo. Pero la mente sí sabe grabar, y las impresiones esas son muchas y todas las tengo guardadas como esqueletos que quieren ver la luz del día y este es el pasado de Tijuana también, al cual no quieren ver, pero recuerden señores de la prensa,” pauso para beber un poco de agua, “el pasado de Tijuana tiene sus lados oscuros también.”

“Ustedes,” les dijo con certeza, “son mis enemigos sociales, y ahora, con el poder de las letras los desconstruire uno a uno, derrumbaré el status social de la gente de media clase, pero a un grupo exclusivo, sólo ataco a los que me hicieron a un lado, a los que me excluyeron, esos son los blancos de mi tinta. Los juniors de mi juventud. Esos jóvenes arrogantes son el blanco de mi ira, de mi descontento social, sí, es revancha, venganza.” “En pocas palabras,” dijo, guardando una pausa como de algunos 6 segundos y mirando uno a uno de los reporteros ahí con penetración aguda de jaguar sobre su presa acorralada, “es resentimiento social.”

Así que de ninguna manera hago una apología por la clase media de Tijuana, es más soy su peor enemigo ya que gastó tremendas cantidades de energía en hurgar su fachadas falsas, soy un escritor con misión y no tengo dinero para un terapista, así que el vilis que sale saldrá como el agua que se tornó sangre en la maldición que cayo sobre Egipto por no dejar ir a los hijos de Yahev en libertad; por haber escogido y decidido hacer de Tijuana una sociedad con clases sociales distintas de unas a otras, por el fallo municipal y falta de visión por las autoridades locales de ver en su niñez un futuro y haberme echo largar de mi ciudad porque el lograrme costó mi ausencia de mi ciudad, por eso. Eso es lo que mis novelas buscan señores y señoras y nada más.”

Dicho eso, el escritor se retiró, visiblemente agitado, pero renovado, como que la pregunta le dio fuerza y salio más contento que nunca de la sala de preguntas del Hotel Lucerna, entonces, apareció un simple portavoz.

Muchas gracias señores y señoras de la prensa, se les agradece su presencia, pero los reporteros, estaban atónitos, no sabían que decir, ni como retransmitir el mensaje, de la nueva oleada, el embute de este escritor contra ciertos aspectos y gente de la sociedad Tijuanense. Y después el estruendo de una carcajada, pues le vierón salir en un Mercedez-Benz casi último modelo atrávez de la ventana que daba a la salida del garage del Hotel Lucerna.

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