el mal de ojo que me persigue y el ojo cuadrado que me dejo una ñora sueca en el mercado de ruedas en Nässjö, Suecia.

Era obligatorio.

Antes no lo pensaba así pero ahora me imagino a los presidentes dándole la inspección a las tropas, claro, ante esas exposiciones yo iba rascando la tierra con las uñas clavadas al suelo por el simple hecho de estar pasándole filas a un montón de plantas y escuchando los dotes curativos de estas últimas en boca de algún pariente. Tener familia a veces es más desgracia que beneficio si es que uno oscila entre los 12 y los 14. Lejos estamos de los agarrones de cachetes que otras culturas ejercen a los niños en pos de la pubertitad, mira qué lindo se está poniendo…, bueno fuera, apretón de cachetón y ahí fue, n’ombre. Uno, en Tijuana, tenía que sufrir el desfile de las plantas en botes de metal, en medio de tanques de gas butano y paredes de bloques de cemento, por parte de las matriarcas de todas las casas que tuvieren un parentezco con uno porque era la de ái, el jardín era una mini selva de yerbas latosas para uno.

– Mira, ahí está la ruda, esa me la dio tu tía panfila antes de morirse, es buena para cuando te dé aire (sonrisa de respeto e interiores queriendo desafanarse de ahí lo más antes posible a pasos no ya de tortugas sino de caracol)

– ah, ¿sí? (con voz de extracto de hipocresía pura vestida de interés genuino …)

– M’ijo, por favor, quitalé esa mala yerba a la manzanilla y acercala al sol …

– Sí, (uff, falta la fauna de mil plantas y las explicaciones de los bichos que merodean las hojas …)

– Está es la yerbahüena, sirve para el dolor de estómago, de esa te dábamos cuando te daban cólicos y mira, en un dos por tres sanabas luego, luego y te dormías como angelito.

– (chin, aún faltan como mil botes de plantas …) ah, ¿deveras?

Detrás de cada planta había una historia, un pariente y un mal que contar para reafirmar los poderes de las plantas en las bocas de las convertidas a yerberas profesionales. Claro, antes no tenía el chic que hoy tiene saber de yerbas y es que si no llega el gringo y alaba las cosas de uno nadie se las cree, cosas de viejos y costumbres de antes, de indios cuyo espeto de parte de los de uno mismo hacen que queden en el olvido, hasta, como dije antes, el gringo llegue y nos diga que cool es saber sobre el té de manzanilla.

Y como decía, antes ni le ponía atención a esos desfiles de sabiduría, lo mio era otra cosa, la juventud, quizá, mis amigos, la vagancia, la calle, el party.

En aquellos entonces lo de uno no podía competir con lo gringo en Tijuana, es la de ái pues y más si uno es joven.

– M’ijo, traeme unas hojas de oregano, ruda y preguntale a Doña Toyana si es que no tiene un poco de Yodo o si no ya de perdis un poco de ungüento de la Campana.

– Amá, me tengo que ir, hoy tocan los Circle Jerks en San Diego y quiero pasarme de American Citizen.

– Qué sirquel llerks ni que ocho cuartos, ve y traite lo que te pedí, tu hermano está enfermo, andale pero si ya!

– uf, voy.

Las memorias.

Una vez, por andar de cabrón en una bronca de barrios allá en lo que se conoce como la Zona Norte en Tijuana, a.k.a el cawuilazo, eramos enemigos mortales y a cada rato nos agarrabamos a madrazos, me caí con una botella de vidrío en la mano lo que hizo que me cortará el dedo del corazón. Al llegar a casa mi agüe hizo que fuera por un poco de sábila, agarró un puño de café instantaneo y me untó a la brava el café que se mezclaba con el chorro de sangre que me brotaba mientrás desgajaba la sábila para ponérmelo en la herida. No terminé en la Cruz Roja pero sí perdí un tendón y hasta la fecha, no puedo doblar mi dedo como dios manda, mas sané.

Todo esto me viene a mente porque el otro día andaba dándole la vuelta al mercado de sobreruedas aquí, in the Big City, Nässjö, population, a whopping 15 mil almas que se saben hasta los últimos pecados que el vecino ha cometido no de ayer sino de hace 15 minutes ago. Claché que una jaina vendía cremas hechas con la planta milagrosa de la sábila otherwise known as Aloe Vera entre la gringada. No la conocen aquí en Suecia y por promover los efectos curativos de la planta hacen un show y medio digno de cualquier circo por ahí con tal de atraer la atención. A mi mujer le gustó, tenía un rasguño en la pierna y le dije que se pusiera esa madre, n’ombre, cual arte de magia. Mas recuerdo la compra del tubo del ungüento, yo sé lo que estaba comprando pero aparentemente nunca en la vida se le ocurrió a la chica que me vendió el tubito que era mexicano. Me dio un folleto con instrucciones de cómo usar el ungüento. La verdad, me dejó con el ojo cuadrado, fue casi un insulto pero tampoco me iba a ponerme a contarle que esa planta es vieja conocida entre los de uno.

En fin, lo de hoy.


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